Aunque seguramente ha sido el punto de partida de muchas de nuestras inquietudes, me parece imperativo reconsiderar la potestad que solemos atribuirles a los economistas. Si bien comparto las reflexiones expresadas por Javier Hernández en su post del 13 de septiembre; en línea con los comentarios de José Ossandon y Juan Felipe Espinosa, propongo que, tanto por razones intelectuales como políticas, demos un paso más. Sin ánimo de agotarlos, me centraré aquí en dos argumentos. Por un lado, asumir que “los” economistas (todos ellos) se encuentran igualmente comprometidos en estos procesos supone contribuir, incluso sin quererlo, al debilitamiento de quienes desde distintas heterodoxias combatieron los diagnósticos y las políticas adoptadas por el mainstream. Por otro lado, centrar la mirada sobre la creciente influencia de las ciencias económicas (de orientación neoliberal), sin considerar las articulaciones contemporáneas entre la ciencia y la política, supone cargar sobre esta orientación, esta disciplina y sus practicantes una responsabilidad que los excede.
El primer argumento recupera una crítica de André Orléan (2005) a la “nueva” sociología económica (norteamericana). Según el autor, esta última perspectiva reconoce la pertinencia de la división disciplinar entre sociología y economía, asumiendo rápidamente que la segunda se homologa a las corrientes neoclásicas y que no hay manera de restituir la unidad de las ciencias sociales. Contamos hoy con numerosas investigaciones que reconstruyen cómo fue gestándose y consolidándose la teoría neoclásica y cómo este proceso de marginación de otras corrientes fue paralelo al distanciamiento de la economía de las otras disciplinas sociales y humanas. Según Orléan, la sociología económica no propone nada a los economistas, incluso a los economistas críticos. Desandar este camino supone tal vez, en los ámbitos académicos, el diálogo entre disciplinas y por qué no la edificación de una nueva unidad. Del mismo modo, Michel Callon, Knorr Cetina & Preda nos recuerdan que, en el análisis del ascenso de los economistas, es imperativo atender a las relaciones entre la doctrina económica y sus múltiples aplicaciones. El primero pone la atención en la infinidad de formaciones y de practicantes que, inspirados en la economía neoclásica, se dispersan luego en el mundo social y aplican esa lógica a infinidad de situaciones. Cetina subraya que, a través de este proceso, la teoría neoclásica no se reduce a una ciencia sino que constituye una verdadera epistemología: un modo de razonamiento imbricado en las transacciones económicas. La denuncia de la economía neoclásica no puede entonces limitarse a los circuitos académicos, sino que debe contemplar los dispositivos y disposiciones que ésta informa. Finalmente, Thévenot (2006) señala que la teoría económica dominante tiende a ofrecer diagnósticos sobre problemáticas lejanas a la simple coordinación del mercado, como la ley, las instituciones y la política. Si se pretende ganar en relevancia social y política, se necesitan otros tipos de análisis que sitúen el valor de mercado que informa la evaluación de estos economistas dentro de otros órdenes de valor y de bien común y que permitan derivan diagnósticos diferentes (2006: 39). La disputa político-intelectual con la economía neoclásica supone así afirmar, frente a problemas concretos, interpretaciones y soluciones ancladas en principios normativos alternativos o complementarios al neoliberalismo.
El segundo argumento se enlaza con este último. Frecuentemente ubicadas en la intersección de la ciencia y la política, las ciencias económicas parecen transgredir la diferenciación canónica planteada por Max Weber en las conferencias de 1917 y 1922. No es tan así, o al menos no son ellas las únicas que hacen trampa. A pesar de los esfuerzos del sociólogo alemán y de quienes nos referimos a su trabajo, la frontera entre ciencia y política ha sido siempre movediza y se ha vuelto aún más problemática en el mundo contemporáneo. Por un lado, en la medida en que el progreso actual de las disciplinas científicas –incluido el de las ciencias sociales- exige cada vez más recursos, el investigador aislado –a la imagen de los monjes medievales en sus células- se ha vuelto un hecho extraordinario y hasta anacrónico. Por otro lado, en un mundo en donde gran parte de las organizaciones no científicas (burocráticas, militares, industriales y políticas) dependen del trabajo científico es lógico que la noción de autonomía se tensione (Elías, 1982). No es extraño entonces que la distinción weberiana no resista a la observación empírica cuando nos interesamos en las aplicaciones tecnológicas del conocimiento. Tanto en el caso de la economía, como en el de la biología o la física, existe una circulación de doble sentido entre los laboratorios, las industrias, los gobiernos, las diferentes agencias del Estado. De hecho, cuando analizamos hoy los presupuestos destinados a la producción de conocimiento, los datos son aplastantes: tanto el financiamiento público como privado se concentra en la investigación aplicada. A nivel global, las universidades y los Estados no garantizan más que una parte de los fondos destinados a la investigación; la industria y en particular la industria militar, médica, energética concentra sumas millonarias. La frontera es aún más difusa en países donde, a la inestabilidad y las bajas remuneraciones obtenidas por los científicos, se corresponden partidos políticos y agencias estatales que no forman ni retienen cuadros técnicos propios. Es evidente que los centros privados o públicos de investigación se convierten en semilleros o reservorios de especialistas en áreas diversas.
Quienes estudiamos el ascenso de los economistas neoliberales, tendimos a anteponerles una definición abstracta de ciencia y de democracia. Con la perspectiva que nos brinda una década de gobiernos de centro-izquierda en América Latina, tenemos materia para formularnos nuevos interrogantes: ¿qué de lo que criticamos en los economistas neoliberales corresponde a una crítica a todos los economistas? ¿qué de la denuncia recae sobre las ciencias económicas o refiere al compromiso de una disciplina (cualquiera sea ella) con el ejercicio del poder? ¿El problema son algunos economistas, los economistas o la tecnocracia? Y si es la tecnocracia, ¿Qué condiciones y qué agentes han contribuido (por acción u omisión) a su génesis y persistencia?
Desde una posición purista que enaltezca el rol del intelectual solitario y esclarecido, es posible condenar a quienes “se venden” al sistema científico profesionalizado, a la ideología de turno, a la política, a las empresas privadas. Me parece más productivo aprender de la experiencia de los economistas (prolífera, por cierto) para precisar cuáles de los desafíos que enfrentaron también nos implican.
Elias, Norbert (1982). “Scientific Establishments”. In Elias, Norbert; Herminio, Martin et Whitley, Richard (eds.). Scientific establishments and hierarchies. Londres, Preidel Publishing Co., pp. 3-69.
Knorr Cetina, Karin et Preda, Axel (2001). “The epistemization of economic transactions”. In Curerent sociology, vol. 49, n° 4, pp. 27-44.
Orléan, André (2005). “La sociologie économique et la question de l’unité des sciences sociales”. L’Année Sociologique, vol.55, 2, pp. 279-305.
Thévenot, Laurent (2006). « Laurent Thévenot answers ten questions about economic sociology”. Economic Sociology. The European Electronic Newsletter, pp. 36-40.
Comments
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También muy de acuerdo. Mi impresión es que en lo dices Mariana hay dos movimientos intelectuales que tienden a confluir y que el desafío pendiente es como conectarlos. Me explico.
Por una parte gracias a Callon, Thevenot, Preda y cia sabemos que la economía no es sólo un conocimiento académico sino también un conjunto de dispositivos y repertorios morales y prácticos que actúan y transforman la vida económica y que, por lo tanto, los economistas no son solo una especie de alter ego académico, sino que agentes en la construcción de los mercados que deben ser estudiados como objetos de la sociología económica. Todo esto ha sido analizado especialmente para el caso de las finanzas, donde parece haber un camino más claro entre formulas de papers, premios nobeles, los brokeres que las usan, y los bienes que en este proceso se crean y transforman.
Por otra, la infinita literatura sobre el ascenso de los economistas o sobre la tecnocratización de las políticas públicas ha mostrado que los economistas han devenido un agente central en las elites políticas latinoamericanas de hoy, y que, junto con ello, las políticas públicas se han transformado. Así, hoy instituciones como el banco central y las metas de crecimiento parecen casi intocables, y, vía políticas de privatización, las múltiples áreas de las políticas sociales (salud, pensiones, educación, vivienda, etc.) se han transformado crecientemente en mercados – los que a su vez necesitan de economistas para su “domesticación”.
Ahora el asunto es como hacer el cruce. Tu post explica de modo muy claro que no es llegar y pasar del tema 2 al 1 (es decir: criticar desde una teoría de la democracia o de una ciencia pura la creciente relevancia práctica de la economía), pero, creo que tampoco es tan fácil pasar la maquina de Callon por las políticas públicas. Esto porque en ambos casos tanto la práctica económica, como los dispositivos y formas de evaluación son muy variados, lo que exige de nuestra parte buscar conceptos y métodos apropiados para su comprensión y eventual crítica. Creo que avanzar más en esto es un desafío clave.
Saludos!
Estimado, a la ecuación que propones se le puede agregar un componente “clásico” de análisis de procesos sociales, à la Charles Tilly o a la Peter Hedstrom, que quizá permita integrar, a nivel meso u organizacional, los “movimientos verticales” de los que hablas, así como ha servido para estudiar la acción colectiva en una perspectiva más horizontal.
Me parece muy interesante el desafio que se plantea y en los terminos que se hace. Las conexiones entre politica y tecnica y como ellas estan cruzadas por diversas convergencias de intereses, vinculos y alianzas resultaria una agenda que nos podria permitir comprender mejor no solo los fenomenos economicos sino tambien el desarrollo institucional de nuestras sociedades.
Adicionalmente, creo que el problema no es que los economistas neoliberales sean todopoderosos ni carentes de ideologia, sesgos o intereses, sino que operan diversos mecanismos que hacen parecer como si lo fueran y que nos encontramos frente a una disciplina que observa cabal e imparcialmente el fenomeno economico y su relacion con la vida publica. Las posiciones criticas son acusadas de populistas, ideologicas, politicas e incluso ignorantes. De ese modo es que resultaria interesante saber el porque y el como de esta situacion en que la duda sobre el conocimiento economico se suspende.
DE esta manera, me parece que ambos elementos estan del todo conectados y que en estas intersecciones entre diversos intereses y grupos de poder e influencia y organizaciones podemos hallar respuestas para varias de las interrogantes antes planteadas. El asunto es quizas como senalan Jose y Alvaro, contar con desarrollos conceptuales para observar estos procesos en los diferentes niveles y situaciones en los que emergen, se manifiestan y reproducen.
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