[Post de Magdalena Villarreal]
Aunque mucho se ha avanzado en el análisis de la pobreza, aún nos dejamos desencaminar por una serie de mitos y supuestos de orden financiero, social y cultural que obscurecen aspectos centrales del funcionamiento de la maquinaria económica en la que se reproduce. Y es que en nuestro esfuerzo por llegar a una comprensión de esta problemática, y particularmente de situarla tanto en sus contextos locales como globales, tendemos a restringirnos a los recursos teóricos y metodológicos tradicionales de la disciplina económica. Con ello, omitmos una serie de variables indispensables para discernir los procesos mediante los cuales se crea riqueza y se reproduce pobreza. La separación entre “lo social” y “lo económico”, lo “mercantil” y lo “no- mercantil” restringe las concepciones de pobreza y las opciones de desarrollo que se vislumbran. Las expectativas de desarrollo se construyen, en el mejor de los casos, sobre la base de buenas, pero ingenuas intenciones. Una gama de supuestos desacertados sostienen tales expectativas. En este post, presento una lista de cinco que son cruciales para la formulación de alternativas en el combate a la pobreza, pero hay muchos más.
En los primeros tres discuto lo que considero falsas concepciones de la naturaleza de la economía, donde se asume reside el antídoto a la pobreza: 1) La economía es sinónimo del mercado; 2) La economía del hogar no forma parte de la “verdadera” economía; 3) La economía es eficiente.
Si se parte del supuesto de que el mercado es el sitio de generación de riqueza, debe también constituir un lugar crítico para el alivio a la pobreza. La actividad financiera y empresarial se torna prioridad para los esfuerzos de desarrollo, con lo cual muy pronto adquieren predominancia las reglas del juego que prevalecen en el intercambio mercantil. Las premisas de eficiencia enarboladas en este ámbito se convierten en puntos de referencia, excluyendo lo que se consideran sitios, recursos y relaciones no-mercantiles. La economía, como lo advirtiera Polanyi (1944) hace más de medio siglo, ha sido reducida a una noción simplificada del mercado.
La idea optimista de que la economía (léase mercado) es eficiente no requiere mucha argumentación. Pocos vacilaríamos en admitir que hay irracionalidad desenfrenada en los patrones de consumo, y que la especulación y la corrupción sostienen un amplio porcentaje de las prácticas económicas. Sin embargo, lo que sorprende es la manera en que hacemos a un lado nuestro sentido común, recurriendo a credos mercantiles para juzgar tales prácticas como meras desviaciones, de donde se sigue que nuestros planes y proyecciones deben enfocarse al afinamiento de técnicas para lograr lo estipulado en los manuales de economía.
Esto nos remite a lo que Callon (1998) identifica como ‘enmarcar’. El mercado se conduce, dice, a través de agentes de cálculo – incluyendo expertos financieros, intermediarios, compradores, vendedores y los economistas mismos – quienes participan en el forjamiento de fronteras entre las relaciones que serán tomadas en cuenta y que serán de utilidad para sus cálculos y aquéllas que se eliminarán del cálculo como tal. Los economistas utilizan el término de externalidades para aquéllas relaciones que quedan fuera del marco. Ciertos vínculos y asociaciones deben ser escindidos con el fin de desenredar un objeto o una relación, de “purificar” productos que son mercantilizados y ajustar la relación a una ecuación matemática medible que pueda ser objeto de predicción.
Los intricados vínculos de la producción y el consumo doméstico con series de relaciones que no pueden ser medidas y son poco predecibles – tales como el intercambio de dones, la solidaridad, el altruismo y el conflicto, así como la producción y distribución no mercantil – contribuye a su clasificación como una externalidad. Y, el que los hogares se encasillen dentro de la esfera de lo privado – en contraposición a la esfera pública de los mercados – coadyuva a excluirlos de los marcos de cálculo. Así, poco se toman en cuenta las formas en que una economía capitalista habita y se construye sobre la base tanto de recursos y categorías financieros como sociales y humanos.
Los siguientes dos supuestos económicos y financieros conciernen la naturaleza del capital: 4) Capital es sinónimo de dinero; 5) La producción conduce a la capitalización.
Los valores se establecen recurriendo a códigos sociales, simbólicos y culturales en los que entran en juego cuestiones de clase, raza e identificaciones de género, además de emociones y asuntos prácticos. Distintos tipos de capital se estiman haciendo referencia a una gama de valores sociales que están entretejidos con, y determinan hasta cierto punto, el valor monetario que se atribuye a un bien particular. Un recurso específico, sea monetario o no, sólo puede convertirse en capital cuando se articula a circuitos de significación en los que su valor es estimado y negociado de acuerdo a estándares, normas y expectativas particulares (ver Villarreal 2004).
Así, en el proceso de lograr que el capital “haga cosas económicas” lo que realmente cuenta son las formas en que se despliegan y hacen valer los recursos sociales y simbólicos. La clave no es acumular recursos, sino capitalizar y lograr un grado de control económico, cosechando beneficios del valor atribuido a un recurso particular. En este escenario, nos interesa menos el capital en sí mismo que los procesos de capitalización, enfocándonos en cómo los bienes (y las identidades como explicaremos más delante) se tasan, miden y movilizan, y cómo los atributos y virtudes percibidas en ellos se incluyen o no en los cálculos económicos.
Estamos hablando aquí de distintos marcos de valoración que coexisten y se interrelacionan en el proceso de definición de equivalencias, donde, aunque el dinero se representa como una medida de valor estándar, no necesariamente funciona como tal. Lo que sí hace el dinero es, como dice Callon (1998: 21), “delimitar el círculo de acciones dentro de las cuales las equivalencias pueden ser formuladas”. Al contar con una figura que, aunque funciona como simple fachada, se reconoce como instrumento de medición universal, podemos tildar como externalidades – y con ello descartar del análisis – una gran cantidad de relaciones sociales y económicas (generalmente consideradas erráticas, volátiles o subjetivas). Esto a pesar de que la relevancia de ‘intangibles’ tales como conocimiento, imagen y prestigio se despliega en muchas páginas de libros de administración de empresas y son tema de conferencias para empresarios.
El mundo corporativo, comúnmente acreditado con el poder para controlar la economía, requiere de esfuerzos constantes para puentear huecos y cubrir inconsistencias. El miedo y la incertidumbre guían el comportamiento del mercado cuando menos en la misma medida en que lo hacen los análisis de costo beneficio. Si se logra capitalización, generalmente es bajo condiciones frágiles. Sin embargo, estas condiciones suelen obviarse en el diseño de posibles alternativas a la pobreza, las cuales se guían en modelos ilusorios de éxito. Nuestra incapacidad para identificar las fragilidades de las economías de mercado entorpece el potencial para identificar posibles nichos de cambio social.
Referencias:
Callon, Michel. (1998) (ed) The Laws of the Markets. Oxford.Blackwell Publishers
Polanyi, K ([1944] 2001) The Great Transformation: The political and economic origins of our time. Boston: Beacon Press.
Villarreal, M (2004) ‘Striving to make capital do economic things for the impoverished: On the issue of capitalization in rural microenterprises’ in Kontinen, Tiina (ed) Development Intervention: Actor and Activity Perspectives.University of Helsinki. Finland.
Comments
Suena muy bien Magdalena. Aunque me imagino que lo difícil es que para identificar aquellas condiciones frágiles que señalas, es necesario estudiar las condiciones específicas caso a caso. Lo que, a su vez, necesita de la pausa y el empirismo propio del buen trabajo en terreno. Sin embargo, mi impresión es que generalmente la investigación sobre la pobreza se orienta más por la velocidad de las políticas públicas, más preocupadas de lo facilmente medible, comparable y trasladable de lugar a lugar. Así, la limitación parece no ser sólo lo económico sino que las políticas públicas y los modos en como se evalúan. Pero quizás tú ya conoces de casos interesantes en que estas limitaciones se estén solucionando de nuevos modos, ¿no?