[Hace algunas semanas publiqué en el número 5 de Sociales en Debate, en el que también escribe el amigo Ariel Wilkis, la siguiente nota sobre los usos del dólar en la Argentina. Para seguir discutiendo sobre la pluralidad monetaria y los usos sociales del dinero, aquí va.]
Para la teoría económica, la moneda es un instrumento neutral destinado a facilitar los intercambios entre distintos individuos o unidades económicas. Si todo va bien, ese instrumento debe desempeñar cuatro funciones diferentes: ser unidad de cuenta, medio de pago, medio de cambio y reserva de valor. La identificación de esas funciones es la base para la definición conceptual de la moneda, y también para la evaluación de las monedas realmente existentes: aquellas que cumplan con todas de las funciones serán consideradas fuertes o sanas, aquellas incapaces de desempeñarlas todas, serán débiles o incluso enfermas. La sociología y la antropología conciben al dinero –y por extensión a las monedas-, de un modo distinto: se trata, ante todo, de hechos sociales. Esto significa que, más allá de su existencia objetiva (como monedas, billetes, asientos bancarios u otros), el dinero es siempre la expresión de relaciones sociales. Y lo es al menos en dos sentidos: son lazos sociales los que dan existencia a ese objeto con capacidad para operar como equivalente general y son también lazos sociales los que a través de su uso se crean, recrean y transforman constantemente. En consecuencia, cómo, cuándo y para qué se use el dinero o se elija una moneda u otra no es una cuestión puramente instrumental, sino que responde a los modos en que diferentes relaciones sociales se tejen en distintos momentos y lugares, dando lugar a prácticas plurales y configuraciones sociales distintas. Es desde esta perspectiva que proponemos abordar la cuestión del persistente uso del dólar en la economía Argentina.
¿Economía vs cultura?
Desde finales de 2011, cuando comenzaron las restricciones a la compra de moneda extranjera, el lugar del dólar en la economía argentina ha vuelto a ser tema privilegiado de debate en diferentes escenarios, y muy particularmente en los medios de comunicación. Periodistas especializados en economía, funcionarios públicos, economistas, politólogos y otros profesionales convocados en calidad de expertos son las voces de una discusión que rápidamente se estructuró en torno de una constatación: la preferencia de los argentinos por el dólar no es sólo una cuestión económica, sino también –y, para algunos, sobre todo- un “problema cultural”.
Aunque en realidad nadie aventura una definición precisa del problema, éste parece tener más bien las características de una patología: “trastorno obsesivo compulsivo (TOC) con el dólar”, “psicosis verde”, “elemento folklórico nacional y obsesivo”, “fiebre del dólar” son algunas de las expresiones más utilizadas para designarlo. La persistencia del fenómeno a lo largo del tiempo, su carácter recurrente y sobre todo su irracionalidad son los elementos que justifican aquella designación: después de varias décadas, una parte importante de la sociedad argentina ahorra en dólares, tanto dentro como fuera de los bancos. Inicialmente lo había hecho como forma de proteger el valor de sus ingresos frente a elevados índices de inflación, pero no dejó de hacerlo durante períodos de estabilidad. Más aún, esa práctica se prolonga hoy, cuando -crisis internacional mediante- el dólar ya no representa la más rentable de las alternativas de inversión posibles. En síntesis, para quienes defienden esta tesis, la preferencia por el dólar ya no es un comportamiento racional. Y si no es racional, entonces, no es económico. Es cultural.
Karl Polanyi consideraba que el esfuerzo –relativamente exitoso- del liberalismo por desencastrar a la economía de las relaciones sociales que la producían y contenían había sido la gran transformación de la modernidad. Pero al mismo tiempo señalaba que ese esfuerzo estaba, en última instancia, destinado al fracaso: no sólo porque desde el inicio de ese proceso la sociedad había ofrecido resistencia frente al dominio creciente del mercado autorregulado, sino, fundamentalmente, porque la economía nunca podría autonomizarse por completo de la sociedad (Polanyi, 2001). La visión de una economía desanclada de las relaciones sociales ha sido, sin embargo, una ilusión poderosa y persistente. Ella se expresa, por ejemplo, en alternativas como la que presentan hoy los debates sobre el dólar: ¿son factores económicos o culturales los que explican la dolarización? Contra lo que la ciencia económica suele pensar, las relaciones sociales –y las representaciones que ellas producen- son constitutivas de la acción económica. No se trata entonces de plantear una disyuntiva (¿economía o cultura?) sino, más bien, una conjunción: ¿qué tipo de cultura de la economía produce determinadas prácticas y dónde tiene su origen histórico y social?
Cálculos y racionalidades
Para quienes entienden la dolarización de las prácticas económicas como un problema cultural, la persistencia de la preferencia de los argentinos por el dólar es irracional. ¿Cuál es el criterio en que se funda esa caracterización? Esencialmente, la existencia de alternativas de inversión más rentables que el dólar. Ahora bien, ¿cómo se evalúan esas alternativas? ¿Para quiénes? ¿En qué marco temporal?
Los actores sociales que participan de la demanda de dólares en la Argentina son múltiples. Empresas multinacionales que giran utilidades a sus casas matrices, importadores de diverso tipo, empresarios locales que fugan ganancias al exterior evadiendo obligaciones fiscales, redes de contrabando y otros negocios ilegales, profesionales y asalariados de niveles medios y altos que compran dólares para atesorar en sus casas o en las cajas fuertes de los bancos, personas que viajan al exterior o que quieren comprar una vivienda (cuyo mercado está dolarizado desde hace casi 40 años) e inmigrantes que envían remesas a sus países de origen son algunos de los más visibles. No todos pesan de igual modo en el volumen general de la demanda y, sobre todo, no todos buscan los dólares para los mismos fines, ni en los mismos circuitos, ni con la misma frecuencia, ni con igual información ni tampoco haciendo los mismos cálculos.
Si se acepta la existencia de estas diferencias entre actores es preciso reconocer también que las alternativas al dólar no son siempre las mismas, ni están igualmente disponibles para todos. Aún si pensamos en el universo quienes recurren al dólar como forma de inversión, las diferencias son notables. En 2012, un estudio realizado por dos economistas de la UBA (Malic y Asiain, 2012) concluyó que, si se consideraba el período iniciado en 2003, la compra de dólares había sido la peor alternativa de inversión para los pequeños ahorristas argentinos. La conclusión era el resultado de comparar los rendimientos nominales en 2012 de tres inversiones hipotéticas realizadas en 2003: en dólares, en plazo fijo y en acciones líderes. ¿Cuáles son las premisas que se encuentran detrás de un ejercicio de este tipo? En primer lugar, que se trata de alternativas de inversión igualmente disponibles para todos los agentes (en este caso, los pequeños ahorristas); en segundo, que la evaluación de la rentabilidad potencial comparada es el elemento central en la decisión de inversión de estos actores; en tercero, que el horizonte temporal sobre el que se proyecta una inversión se conoce de antemano.
Sin embargo, estas premisas no se verifican necesariamente. En primer lugar, colocar dinero en un plazo fijo o comprar acciones son operaciones necesariamente mediadas por el sistema financiero; comprar dólares para su atesoramiento debajo del colchón, no. Al mismo tiempo, la inversión en los mercados de acciones exige un mínimo de conocimientos sobre el funcionamiento de las finanzas que no todas las personas con capacidad de ahorro poseen o pueden fácilmente adquirir. En segundo lugar, entre los múltiples criterios que inciden en las decisiones de inversión no sólo se encuentra la evaluación de la rentabilidad, sino también (y entre otros) la de los riesgos. En un país con una historia reciente marcada por distintos episodios de congelamiento de depósitos, para muchos ahorristas la intermediación de los bancos puede ser algo que se tiende a evitar, más que a elegir. Finalmente, las evaluaciones que comparan el rendimiento pasado de diferentes inversiones parten de una información que los ahorristas no conocían en el momento de invertir (la evolución en el tiempo de la cotización del dólar, o de las acciones en cuestión). Más aún, asumen como cerrado un horizonte temporal que en aquel momento se encontraba abierto y por lo tanto era difícilmente comparable. Pero además ignoran que, en el caso de los pequeños ahorristas, esa apertura temporal es un rasgo constitutivo de lo que el ahorro representa para muchos de ellos: una forma de resguardo frente a un futuro incierto.
Para Pierre Bourdieu, el homo economicus es una suerte de “monstruo antropológico”, un práctico con cabeza de teórico producido por eruditos que ponen en la cabeza de los agentes que estudian sus propias representaciones sobre las prácticas de aquellos (Bourdieu, 2005). Su alternativa frente a la noción de razón económica contenida en aquel modelo es la idea de que los agentes sociales tienen conductas razonables más que racionales, es decir, pueden llevar adelante prácticas de las que es posible dar cuenta a partir de la hipótesis de la racionalidad, sin que esas prácticas estén fundadas en el cálculo racional (Bourdieu, 1997). Esa distancia entre razonabilidad y racionalidad (en el sentido en que la entiende la teoría económica) es fundamental para comprender el problema del que nos ocupamos aquí. Ella permite dar cuenta de las formas plurales que asumen las prácticas económicas y de las distintas representaciones a que dan lugar, al tiempo que señala las diferencias entre estas y los modos eruditos de comprensión de la vida económica.
¿Cómo se transforman las prácticas?
Según un estudio realizado en 2006 por la Reserva Federal de Estados Unidos la Argentina se encuentra entre los países con mayor circulación de dólares en billetes, con 1300 dólares por habitante (Zaiat, 2012: 82-83). La estadística es contundente en tanto permite aproximarse a la magnitud de activos que, sin salir del país, son mantenidos por fuera del sistema financiero –en cajas de seguridad o en el “colchón”. Si a esto se le suma la existencia de una fuga de capitales elevada y persistente, el resultado es un importante nivel de recursos nacionales que no logra ser canalizado hacia el financiamiento de la inversión. Por estos motivos, la desdolarización de las prácticas económicas constituye un objetivo mayor de la política pública. Ahora bien, ¿cómo es posible producir una transformación semejante?
En los últimos dos años, las medidas implementadas por las autoridades apuntaron exclusivamente a cerrar las vías de acceso libre al dólar, eliminando la compra de divisas con fines de atesoramiento y aumentando los controles para la compra para otros propósitos. Sin embargo, tal como lo muestran Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio en un trabajo reciente, el aumento de aquellas restricciones no necesariamente ha forzado una desdolarización de las prácticas económicas (Bercovich y Rebossio, 2013). Al contrario, como en muchos otros casos, el principal resultado de la imposición de una nueva legalidad ha sido la creación de nuevas ilegalidades –incluyendo el estímulo de un mercado de cambio paralelo.
El ahorro en dólares forma parte del repertorio financiero de una parte de la sociedad argentina desde hace cuatro décadas. Es una práctica en la que se han socializado al menos dos generaciones y que, aunque en su origen estuvo indisociablemente ligada al crecimiento de la inflación, con el tiempo fue mostrando cierta autonomía respecto de ella. En ese sentido, su persistencia hoy se explica tanto por la búsqueda de un refugio frente al deterioro del poder de compra del peso, como por su carácter inercial: es una práctica aprendida, que forma parte del repertorio de experiencia de los agentes. Por estos motivos, para revertirla o desalentarla es necesario algo más que un cambio de normativa. Es preciso, en primer lugar, formular alternativas viables frente a ella. Y para eso resulta indispensable reconocer que no todos los agentes que ahorran en dólares son iguales, ni ahorran con los mismos objetivos, ni tienen idénticas representaciones sobre el ahorro y el dólar. Y si los actores son diferentes, las políticas dirigidas hacia ellos también deberían serlo.
Una de las principales limitaciones para plantear alternativas frente al ahorro en dólares está en el sistema bancario. Si bien los niveles de bancarización aumentaron notoriamente en los últimos 15 años, producto sobre todo de la imposición del pago de haberes a través de cuentas bancarias, el vínculo de una parte importante de los clientes bancarios con las instituciones financieras es muy limitado. A la falta de familiaridad con la inversión financiera se suma también el peso de experiencias pasadas de congelamiento y reprogramación forzada de depósitos, lo cual no necesariamente mantiene a los ahorristas alejados de los bancos pero sí disminuye su disposición para buscar su asesoramiento experto y realizar colocaciones por plazos largos.
En este sentido, la construcción de alternativas al ahorro en dólares no puede ser independiente de una reflexión sobre el sistema financiero y el rol que se le quiere asignar en el desarrollo económico y social. Para todos los casos, pero fundamentalmente para el de los pequeños ahorristas, la construcción de alternativas aceptables al ahorro en divisas depende en buena medida de una reformulación progresiva del funcionamiento del sistema bancario, en la que se garanticen tanto el acceso universal a los servicios financieros como la protección de los usuarios. Otra de las dificultades para la disminución del peso del dólar en las prácticas económicas está en la dolarización del mercado inmobiliario. Como se ha señalado en repetidas oportunidades, ese rasgo –excepcional en la región- es uno de los principales obstáculos para la desdolarización, en la medida en que el acceso a la vivienda es una de las finalidades primordiales del ahorro de amplios sectores de la población.
Tanto la reformulación del sistema financiero como la desdolarización del mercado inmobiliario son cambios que no pueden producirse de un día para el otro; al contrario, son transformaciones lentas, que el Estado debe encarar como objetivos de largo plazo. Para ello, es preciso que las políticas públicas asuman que el recurso al dólar no es un fenómeno homogéneo, sino el resultado de un conjunto heterogéneo de prácticas económicas realizadas por diferentes actores, en las que se ponen en juego distintas racionalidades y representaciones. Seguramente, el reconocimiento de esa pluralidad no garantice por sí solo el éxito buscado; pero sin él, todo intento de desdolarización parece condenado al fracaso.
Bibliografía
Bercovich, A. y Rebossio, A. (2013). Estoy verde. Historia de una pasión argentina. Buenos Aires, Aguilar.
Bourdieu, P. (1997). Razones prácticas. Barcelona, Anagrama.
Bourdieu, P. (2005). Las estructuras sociales de la economía. Buenos Aires, Manantial.
Malic, E. y Asiain, A. (2012) El dólar, ¿la mejor opción para el ahorrista?. Cátedra Nacional de Economía Arturo Jauretche. <http://jauretche.weebly.com/uploads/5/9/6/3/5963196/dolar_pierde.pdf>, visitado el 19 de julio de 2013.
Polanyi, K. (2001). La gran transformación. México, FCE.
Zaiat, A. (2012). Economía a contramano. Cómo entender la economía política.Buenos Aires, Planeta.
Comments
Buenísima nota Mariana — gracias por compartirla. Me gustaría saber tu pensamiento sobre el CEDIN para la compra de viviendas en Argentina o el SUCRE del ALBA y otros medios alternativas de hacer pagos para comercio internacional. ¿Te parece que indican que se están dando cuenta de esa cuestión de la pluralidad de usos y los desafíos sobre la vivienda y otros usos particulares que marcás? No digo que lo hicieron bien — todo parecía más o menos improvisado al ultimo momento y no parte del plan original. Pero pensando en eso, junto con otros sueños todavía incumplidos o medio-incumplidos — ¿puede ser que se están empezando a buscar esos tipos de soluciones? Gracias!
Colgándome un poco de las preguntas de Nicholas, dos cosas. Más allá de describir la variedad de prácticas monetarias, ¿te parece Mariana que la sociología del dinero entregue herramientas para hacer más eficaz una política de desdolarización? y, considerando lo que uno sabe de Zelizer et al que siempre hay múltiples dineros y calculos etc ¿tu estás de acuerdo con que desdolarizar es una política deseable?, abrazo.
Gracias Nicholas y José por los comentarios1
Respecto de lo que señala José, yo creo que las razones por las que una política de desdolarización es deseable es ante todo política. La Argentina tiene serios y cíclicos problemas que se vinculan con las características de sus exportaciones (esencialmente primarias aún hoy), de su industria (con poco capacidad de exportación y alta demanda de componentes importados) y con el peso de las transferencias de capitales al exterior en una economía con altos grados de extranjerización del capital -sobre todo en algunos sectores. A eso se suma, además, el peso histórico del endeudamiento externo, lo cual configura un panorama complejo respecto de la demanda local de divisas. En ese contexto, la demanda doméstica de dólares vinculada con el funcionamiento del mercado inmobiliario y el ahorro de empresas y hogares supone una presión adicional sobre el mercado de cambios -agravada en algunas coyunturas, como la actual, de crisis internacional. En ese sentido, y pensando en términos de condiciones para el desarrollo, yo considero que efectivamente sería deseable que: a) existieran mecanismos que permitieran volcar efectivamente en la economía local los ahorros de la población, sacándolos del “colchón” o de la fuga hacia paraísos cercanos y no tanto (gran discusión que no puede ser escindida de otra sobre el sistema bancario); b) que el mercado inmobiliario se “desdolarizara”. Y ambas cosas van necesariamente juntas.
Quizás, como creo que sugiere Nicholas, una de las herramientas que la sociología económica puede aportar para pensar estos problemas es partir de una radicalización de la pluralidad monetaria, y no de su eliminación. Dicho de otro modo, desdolarizar no tiene por qué ser simplemente “pesificar”, sino tal vez avanzar en la creación de otras “monedas” con usos específicos, pero sobre las cuales -a diferencia del dólar- los Estados latinoamericanos tengan capacidad de definir políticas monetarias. La condición para ello sería, en todo caso, pensar que una política no puede agotarse en la creación de instrumentos sino que debe pensar también en el registro de las conversiones -en el sentido amplio en que Jane Guyer usa el término. En todo caso, no es en absoluto lo que se hizo -rápido y mal- con el CEDIN argentino, pero podría haber sido…