[La categoría “debate” es una sección dedicada a discutir a partir de libros publicados por los contribuidores de Estudios de la Economía. En este post Antoine Maillet comenta A quoi sert un économiste. Enquête sur les nouvelles technologies de gouvernement de Mariana Heredia (La Découverte 2014). El debate a partir de este libro seguirá en unas semanas con una entrada de Gustavo Onto y una respuesta a Maillet y Onto por Mariana Heredia]
“De qué sirve un economista”, es lo que busca mostrarnos Mariana Heredia en un libro publicado este año en Francia. No es una pregunta, sino una demostración, que hay que considerar en conjunto con el subtítulo, que apunta más allá de esta profesión, para considerar una transformación de mayor índole, que afectaría las “tecnologías de gobierno”[1]. El libro está dividido en dos partes que cubren estos dos propósitos.
La primera parte del libro está dedicada a lo que un economista puede ser, o cómo puede ser visto – el texto permanece ambiguo en cuanto a si se trata de su naturaleza, o de representaciones colectivas. Heredia expone tres perspectivas alternativas sobre los economistas, según sean catalogados como profesionales, intelectuales o tecnócratas.
El primer capítulo expone la “tesis profesionalista”. Considerar el economista como profesional hace referencia a la división social del trabajo, académico en este caso, que hizo emerger durante el siglo XX esta profesión, al mismo tiempo que se fortalecía y autonomizaba la disciplina. Esta consolidación, que la autora sitúa entre los años 30 y 70, se hizo conjuntamente con el crecimiento del rol del Estado en la actividad económica, lo que abrió un importante campo laboral para los economistas, salvo en contadas excepciones como Francia o los países de Europa del Este, donde otras profesiones, como los ingenieros, aprovecharon esta oportunidad. Así, en la mayoría de los países, los economistas profesionales se apoyaron en la teoría económica para organizar “transferencias de conocimiento” (p.36), siempre en un mismo sentido, desde la academia, hacia la práctica gubernamental. En estas prácticas, los economistas profesionales suelen predicar una “ética del realismo” (p.34), donde las opciones son limitadas, y los disidentes considerados irresponsables.
El supuesto realismo del profesional es fuertemente cuestionado en el segundo capítulo, donde los economistas son considerados intelectuales, en particular por quienes Heredia llama “críticos” (p.44). Contra la visión de una profesión neutra, esta perspectiva los presenta como participantes activos de la actividad política, asumiendo, mediante su asociación con el neoliberalismo, el papel de “perros guardianes de un proyecto reaccionario” (p.45). En este capítulo, se señala entonces el proceso mediante el cual se desarrolló la ideología neoliberal dentro de la economía, para luego conformar un discurso de justificación muy funcional a un “poder detrás de los economistas” (p.65).
El tercer capítulo aborda el rol de los economistas como expertos, quienes participan activamente en la “construcción de sociedades capitalistas” (p.74) desde funciones operativas, y no sólo legitimadoras como los intelectuales. Este capítulo pone en evidencia una paradoja muy inspiradora: “mientras la economía más se afirma como un reino universal y autorregulado, más requiere la intervención de especialistas” (p.74). En particular, Heredia da cuenta de la ausencia de límites al ámbito de acción de los economistas, que se ha ido ampliando constantemente. En la conclusión de esta primera parte, relativiza la existencia de fronteras entre las tres figuras o roles distinguidos para los economistas, señalando que pueden cumplir varias de estas funciones, siendo “esta naturaleza híbrida su principal característica” (p.110).
La segunda parte del libro apunta a desvelar los « secretos de la eficacia – al menos aparente – de los economistas » (p.116). Para diferenciarse de las visiones conspirativas, que harían de los economistas la vanguardia de un complot neoliberal, Heredia recurre a un “análisis sociológico de la dominación” (p.116), que permite contextualizar el rol de los economistas. Así, aparece que el lugar primordial que ocupan en este nuevo régimen político trasciende a sus características intrínsecas, ya que responde fundamentalmente a decisiones políticas de los dirigentes nacionales a partir de los años 1970. En esta época, el agotamiento de las recetas keynesianas genera perplejidad y desconcierto en el personal político, llevándolo progresivamente a delegar sus funciones a economistas portadores de nuevas soluciones, transfiriéndoles de esta forma buena parte del poder político. Este proceso redunda en lo que el último capítulo califica como un “nuevo régimen de representación” (p.153). La paradoja previamente señalada de la mayor importancia de los economistas en un rol político, al mismo tiempo que predican una autonomización de la economía, conlleva importantes consecuencias para las democracias, que se encuentran debilitadas. Heredia señala que la responsabilidad de estas tensiones no es atribuible a los economistas, sino más bien a los políticos que entregaron parte de su poder; y más allá de ellos, al advenimiento de este nuevo régimen de representación, del cual queda por explorar más en profundidad los mecanismos de legitimación de la dominación.
El libro resulta un interesante aporte a la literatura sobre el rol de los economistas en los procesos políticos, y también una reflexión estimulante – y alarmante – sobre el estado de la democracia contemporánea. Desgraciadamente, la articulación entre estas dos líneas no es plenamente satisfactoria. Las dos partes parecen a veces propias de dos proyectos que si bien discuten entre ellos, no terminan de llevarse completamente a cabo. Sin duda, el libro es muy ambicioso, lo que se traduce en referencias a un amplio abanico de fenómenos: por un lado, la estructuración de la economía como profesión y disciplina académica, durante un siglo, en el mundo entero; y por el otro, las transformaciones en la gobernanza de los países, en curso desde los años 1970, y quizás actualmente en vías de radicalización en Europa. Sin embargo, para quien está familiarizado con la literatura al respecto, resulta frustrante que el tratamiento se mantenga a un nivel relativamente general, con pocos nombres o casos específicos descritos. Quizás resulta del desfase entre el título, probablemente seleccionado por el editor, que resalta la idea de una “investigación” (enquête), y un contenido que parece más bien una síntesis – de muy buena factura – sobre distintas discusiones de primera importancia.
Sobre los economistas, el título genera expectativas de conocer más de los economistas reales, en particular los que están participando de la elaboración e implementación de las políticas. En cambio, la primera parte constituye más bien un marco teórico sobre las distintas visiones que se enfrentan sobre los economistas. Una forma muy provechosa de leer esta primera parte es considerarlo como una agenda de investigación colectiva en curso. Así, quien estudie un economista o grupo de economistas podrá preguntarse si está actuando como profesional, intelectual, experto tecnocrático, o varios a la vez, convergiendo incluso hacia las discusiones sobre tecnócratas y tecnopolíticos (Güell & Joignant, 2011; Silva, 2010). Esta ambivalencia en la naturaleza misma del libro se ve reflejada en el tipo de fuentes que Heredia moviliza. En general, se fundamenta en literatura académica, y hay muy poco lugar para fuentes primarias propias de una enquête. Conociendo sus trabajos anteriores[2], uno esperaría encontrar estudios de casos donde aterrice empíricamente las reflexiones desarrolladas. De nuevo, se trata más bien un desajuste entre las expectativas generadas por el título y el contenido.
A pesar de esta ambivalencia, este libro es muy recomendable, en particular para académicos que quisieran estructurar un curso sobre la figura del economista y su lugar en la política desde una visión global. En el plano sustantivo, pone de relieve la paradoja constituida por el lugar cada vez más importante de los economistas en la esfera pública, al mismo tiempo que se predica la autonomía de la economía. Explorar más adelante esta paradoja que Heredia señala en varias ocasiones es una agenda de investigación de primera importancia para los estudios sociales de la economía. También resulta de sumo interés rastrear la presencia y participación de los economistas en distintas arenas. Una línea a desarrollar podría justamente ser apuntar a la multiposicionalidad de estos actores, es decir cómo se articula la presencia como profesional, intelectual y experto.
Referencias
Güell, P., & Joignant, A. (2011). Notables, tecnócratas y mandarines (p. 293). Santiago: Ediciones UDP.
Heredia, Mariana, “La demarcación de la frontera entre economía y política en democracia. Actores y controversias en torno a la política económica de Alfonsín”, in Pucciarelli, Alfredo (eds), Los años de Alfonsín, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p.153-198
Heredia, Mariana, “Entre reflexividad, legitimación y performatividad. El discurso económico en el espacio público en la instauración y la crisis de la convertibilidad”, Crítica en desarrollo, n°2, 2008, p.191-214.
Silva, P. (2010). En el nombre de la razón (p. 290). Santiago: Ediciones UDP.
[1] Todas las traducciones son del autor de esta reseña.
[2] Estoy pensando en particular en los trabajos sobre el papel de los economistas y la economía en distintas coyunturas históricas en Argentina (Heredia 2006 y 2008), entre otros.