Gustavo Onto reseña y discute “A quoi sert un économiste” de Mariana Heredia

M. Heredia Cover[La categoría “debate” es una sección dedicada a discutir a partir de libros publicados por los contribuidores de Estudios de la Economía. En este post Gustavo Onto continúa la discusión iniciada hace algunas semanas por Antoine Maillet sobre el libro de Mariana Heredia A quoi sert un économiste. Enquête sur les nouvelles technologies de gouvernement (La Découverte 2014). El debate seguirá en unas semanas con una respuesta de Heredia a Maillet y Onto]

Este texto ofrece más que una reseña en sí comentarios, impresiones y provocaciones, porque creo que las preguntas generales que el libro propone sobre los economistas pueden ser ampliadas a través del diálogo con los colaboradores de este blog. Además, la reseña hecha por Antoine Maillet ya nos ofrece una primera aproximación a los temas tratados en el libro y la forma como son abordados. Quería agradecer a José Ossandón por la invitación para comentar este libro tan relevante para nuestras investigaciones como también agradecer a Mariana Heredia por haberme enviado su trabajo y por el diálogo entusiasta que su libro con certeza producirá.

Corriendo el riesgo de ser repetitivo, vale la pena señalar, de la manera más general, que el libro de Mariana Heredia À quoi sert un économiste: Enquête sur les nouvelles technologies de gouvernement demuestra un enorme esfuerzo de condensación y organización de la literatura de la sociología de la economía y de los economistas que tanto interesa a los autores de este blog. siendo que el modo con el cual Heredia presenta esta literatura debe ser objeto de análisis para los futuros investigadores de este campo. Dicho esto, es menester alertar al lector que la pregunta que sirve de título al libro crea una expectativa que no es necesariamente cumplida. El libro trata, como apunta mejor su subtítulo, acerca del importante papel de los economistas en el desarrollo e implantación de las políticas neoliberales.

Los tres primeros capítulos del libro presentan un modo creativo de sistematizar la literatura sobre los economistas, en particular la literatura sociológica sobre el tema. La autora organiza la literatura en torno a tres tesis sobre lo que son los economistas: profesionales, intelectuales o expertos.

La primera tesis, objeto del primer capítulo, busca “considerar el retrato que ellos [los economistas] presentan de ellos mismos” (p. 21), considerando a los economistas como un grupo profesional con una perspectiva científica propia y una “ética realista” extremadamente útil para abordar los desafíos políticos emergentes en la modernidad. La segunda tesis presenta la “sociología crítica” sobre los economistas, que relaciona el surgimiento de estos profesionales (ahora considerados como “intelectuales”) como defensores de valores liberales y de los intereses de las clases dominantes, a partir de la revolución industrial. Esta tesis, influenciada por un cierto entendimiento del trabajo de Karl Polanyi, está mejor elaborada que la primera, como queda claro por la inclusión de una vasta bibliografía. La tercera tesis, la de la “razón tecno-económica”, aparece como una alternativa más contemporánea para explicar el papel cada vez más central de los economistas en las reformas económicas del siglo XX. Heredia parece concordar más con esta última. A partir de algunos apuntes de la sociología de la ciencia o del conocimiento, la autora muestra cómo los economistas fueron llamados a actuar como “expertos”. Ahora ellos no sólo representan el mundo sino que también intervienen en él (Hacking).

Es interesante señalar que las tres tesis que aparecen en la sección “¿Qué es un economista?” fueron desarrolladas, sea por sociólogos o economistas, sobre la base de la historia del desarrollo del conocimiento económico y de las instituciones producidas por los economistas. La última tesis aparece como la más útil para “seguir a los economistas” (p. 9) y comprender los efectos de sus acciones en las políticas económicas contemporáneas. Sin embargo, ella no excluye la importancia de las reflexiones producidas por las otras vertientes: la tesis profesional, más modernista y cientificista y la tesis intelectual, más crítica. Esta primera parte del libro muestra una cierta asimetría entre las discusiones del papel de la economía y de los economistas por los sociólogos y los propios economistas. Aunque Heredia reconozca que los economistas discutieron mucho sobre su papel y su campo epistemológico, la relativa ausencia de esas discusiones en el cuerpo del libro, de manera especial en el primer capítulo, acaba eclipsando las complejas transformaciones y disputas intelectuales del pensamiento económico desde su emergencia. La representación “nativa” de los economistas sobre su propio trabajo, objeto de ese capítulo, tiene un mayor peso en su elaboración por la perspectiva sociológica, recurriendo poco, como es evidente en las referencias, a las explicaciones de los propios economistas. Como muestran, por ejemplo, Louis Dumont, Karl Polanyi y Michel Foucault, la historia del conocimiento económico desde la filosofía moral escocesa en adelante es la historia de las disputas sobre la representación y los regímenes de intervención en problemáticas sociales. La ausencia de una descripción más detallada sobre ese proceso produce un efecto de cohesión intelectual por parte de los economistas, que seguramente Heredia no afirmaría. De alguna manera, por qué no trazar los modos por los cuales los economistas se preguntaron “¿de qué sirve un economista?”.

La mencionada relativa cohesión basada en un proyecto intelectual podría aceptarse teniendo en cuenta el objeto de la segunda parte del libro: el papel de los economistas y el desarrollo de las políticas neoliberales de finales del siglo XX. Los capítulos cuarto y quinto describen con detalle el desarrollo de esas políticas en todo el mundo, con sus regímenes de estabilización y “desregulación”, puestos en acción por los economistas. En el quinto capítulo la autora reflexiona sobre los efectos de las políticas neoliberales en la construcción de un nuevo régimen de “representación” política.

El amplio espectro de asuntos tratados en estos capítulos, lo que ya es admirable de manera cierta, torna un poco confusa la especificidad de las relaciones entre las diversas y complejas transformaciones infraestructurales, discursivas e institucionales de los regímenes de gobierno nacionales, a partir de la década de 1970, las cuales van mucho más allá de las acciones de los economistas. Al mismo tiempo, aunque quede más claro con el surgimiento y desarrollo del neoliberalismo, la identificación de un “grupo” de economistas en particular, dificulta saber “¿Qué es un economista?”, teniendo en cuenta que el conocimiento económico dejó de ser un monopolio de un grupo “profesional” o “intelectual” de economistas. Todo esto me lleva a ciertas consideraciones o preguntas sobre la importancia del libro escrito por Mariana Heredia. El neoliberalismo produce la dificultad de que, al mismo tiempo que creemos identificar a los “responsables” por su surgimiento y promoción, el conocimiento en el cual ellos se basan está cada vez más distribuido en múltiples agencias en las sociedades, sea en empresas u organizaciones gubernamentales; inclusive en la administración de hospitales y universidades o en los conocimientos generados con el rótulo de “economía doméstica” o “educación financiera”. La propuesta de Michel Callon de considerar la categoría “economists in the wild” se relaciona con la dificultad en la definición de agentes economizadores de nuestras sociabilidades que no se confundan con el grupo de los “economistas”. Entonces, una pregunta que surge en este debate es la de ¿qué implica ser clasificado como “economista”? Y ¿por qué eso es tan importante? Y, cuando esa clasificación es importante, esas preguntas deben ser respondidas teniendo en consideración lo que piensan de su trabajo los profesionales que se denominan economistas, tanto los formados en economía como aquellos provenientes de la administración, las ingenierías y otras áreas, como es común en el Brasil, por ejemplo.

Este libro también apunta una tendencia común en el análisis sociológico, la de considerar los efectos “negativos” del pensamiento económico producido por sus especialistas. Considero que esa consideración siempre es más fácil cuando observamos el papel de los economistas en su relación con las políticas estatales. No obstante, dejo aquí planteada una pregunta, que yo mismo aun no puedo responder: ¿será que esos economistas, o  economists in the wild, que en la práctica, otorgan valor a las cosas, calculan costos y beneficios, definen límites, conforman sistemas o organizaciones (como mercados), crean incentivos y miden deseos, no sirven para otras cosas también? ¿No será que nuestro análisis sociológico, político, o antropológico de los economistas tienden a observar más los efectos perversos que las eventuales posibilidades de los conocimientos económicos?

Para finalizar, concordando con Maillet, me parece que queda poco claro cuál sería el público potencial de lectores de la obra de Mariana Heredia. Si está dirigido a científicos sociales especializados en el estudio de la economía, el libro parece muy general y tal vez poco denso en algunos apartes. Si apunta a un público lego, sin conocimiento previo en sociología de la economía y de los economistas, puede parecer un poco esotérico, pues, la obra supone ciertos conocimientos económicos y no contextualiza las tesis en vertientes sociológicas contemporáneas, mezclándolas sin detallar sus fundamentos. De todos modos, las preguntas que surgen de la lectura de este libro y la generosa abundancia de datos empíricos y consideraciones teóricas puestas en discusión, tornan la lectura altamente recomendable para sociólogos, politólogos y antropólogos que deseen hacer un estudio más profundo de la economía y sus especialistas.

Gustavo Onto

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