[La categoría “debate” es una sección dedicada a discutir a partir de libros publicados por los contribuidores de Estudios de la Economía. En este post Federico Lorenc Valcarce continua el debate sobre Divergencias: trayectorias del neoliberalismo en Argentina y Chile (Ediciones UDP, 2014) iniciado por Aldo Madariaga. El debate a partir de este libro concluirá en unas semanas con una respuesta del autor Tomás Undurraga.]
El libro de Tomás Undurraga nos ofrece una comparación sistemática entre las variedades del capitalismo en Argentina y Chile, con especial énfasis en la fase neoliberal que se desarrolla desde los años 70’. Para hacerlo, construye un marco analítico que permite describir los derroteros de ambos países en torno a cuatro grandes dimensiones: la implantación de una sociedad neoliberal, las instituciones políticas y sociales que enmarcan al capitalismo contemporáneo, el papel de las empresas, los empresarios y el modo de organización del trabajo, la legitimación cultural del capitalismo en su fase actual. A partir de esta grilla conceptual, se ofrece un análisis de gran escala, que considera los fenómenos desde la perspectiva de los grandes agregados sociales y los marcos institucionales generales. Estos cuatro aspectos constituyen cada una de las partes del libro, precedidas por una discusión teórica y metodológica general que se presenta en la primera parte.
En comparación con otros trabajos sobre el desarrollo del capitalismo en América Latina, y en particular, comparado con los estudios sobre el neoliberalismo, el libro tiene la originalidad de problematizar las justificaciones ideológicas de los modelos existentes en ambos países, apoyándose para ello en la perspectiva de Boltanski y Chiapello. Esta perspectiva es complementada por preguntas y argumentos desarrollados por otros autores que se ocupan también de las dimensiones culturales del capitalismo, tales como Michelle Lamont y Nigel Thrift. Por otro lado, incorpora – aunque esto sea menos original en nuestro ámbito – las dinámicas sociopolíticas y las coaliciones que están por detrás de los proyectos capitalistas desarrollados en cada país, sus marcos institucionales y sus referencias culturales.
La pregunta central de la investigación de Undurraga es relativamente simple. ¿Cuáles son las similitudes y las diferencias entre los capitalismos de Chile y Argentina? ¿Cómo se declinan estas características en el plano institucional, económico, organizacional y cultural? Para dar cuenta de esta interrogación y sus derivaciones, el autor despliega un análisis sistemático y estructural de los dos casos seleccionados. Y se apoya en la teoría de las “variedades de capitalismo” (Hall y Soskice) combinada con la teoría de la “justificación” elaborada en torno a la tesis del “nuevo espíritu del capitalismo” (Boltanski y Chiapello). Combina de este modo una economía política del capitalismo contemporáneo con una sociología moral de las ideologías.
Tras la primera parte en la que el autor discute la literatura que ha de permitirle construir su objeto de investigación, el libro despliega su argumentación en cuatro tiempos. En primer lugar, se analiza el ascenso, la consolidación y la actualidad del neoliberalismo en ambos países. Estudia allí el papel de los militares, los empresarios y los economistas, que convergieron para instaurar un nuevo orden económico y social a través de sangrientas dictaduras. También reconstruye su legitimación social y su plena realización en las políticas públicas bajo los gobiernos democráticos desde los años 90’, así como las resistencias y reacciones que dichas políticas suscitaron. En segundo lugar, se exploran las instituciones del capitalismo en ambos países. Se analizan las leyes y su relación con los negocios, la rendición de cuentas de los gobiernos y el sistema impositivo, así como el desempeño del Estado en relación con la economía. En tercer lugar, se analizan las características de las empresas, los empresarios y las relaciones laborales. Se describen los grupos económicos y la cohesión de la elite empresarial, las organizaciones patronales y las prácticas gerenciales, las relaciones laborales en el seno de la empresa, el papel de los sindicatos y la intervención del Estado en su regulación. En cuarto lugar, se analizan los aspectos culturales ligados al capitalismo. Se abordan los discursos y justificaciones del capitalismo, los lenguajes que se utilizan para nombrar las realidades económicas, y los principales circuitos culturales de legitimación del mercado (la prensa económica, los encuentros empresarios, las escuelas de negocios, las consultoras, los departamentos de economía de las universidades, y los think tanks liberales).
En términos de resultados, resultan interesantes algunos hallazgos singulares que cobran relevancia a la luz de la mirada comparativa. El lugar del capitalismo, el mercado y el empresariado es radicalmente distinto en la cultura económica dominante en ambos países. Los empresarios son actores relevantes en el espacio público y en la política chilena, mientras en la Argentina operan de manera particularista y en las sombras del poder. Los empresarios chilenos están alineados con la derecha política, mientras los argentinos tienen opciones ideológicas y partidistas más variadas. El “nuevo espíritu del capitalismo” tiene más peso discursivo en Chile, pero parece tener más arraigo en las prácticas empresariales en Argentina.
Dicho todo esto, no queda duda de que el trabajo de Undurraga constituye una contribución a la comprensión de los procesos sociales que afectan la economía en Chile y Argentina, desde una perspectiva que combina las herramientas clásicas de la economía política comparada y la sociología cultural. En particular, resulta de destacar el análisis de los circuitos culturales del capitalismo entendidos como aparatos reflexivos y como instancias de articulación de intereses de clase. El desarrollo de este tipo de perspectivas en los años recientes ha contribuido a enriquecer los estudios sociales de la economía en nuestra región. Sin embargo, merece la pena poner el foco en las dificultades teóricas, metodológicas y empíricas que se observan a lo largo del libro. Algunas de ellas son producto de opciones deliberadas del autor, otras son producto quizás de una falta de revisión previa por parte de especialistas en algunos de los temas abordados.
Empecemos por algunas reflexiones teóricas y por la evaluación de los aportes durables del libro al debate en el campo de los estudios sociales de la economía. Quizás desde un punto de vista ajeno a la perspectiva de autor, una de las debilidades del libro se deriva de la ausencia de una sociología política que podría haber servido como herramienta para pensar los procesos de reforma económica y cambio social. Por decirlo de otro modo, el autor desarrolla una serie de interrogantes para los que la sociología política – desde Weber y Gramsci hasta Tilly o Mann – habían planteado hipótesis relativamente potentes. Por ejemplo, la que vincula los conflictos de clases con las coaliciones sociopolíticas y el ejercicio del poder estatal. O lo que hace a la necesidad de legitimación de todo gobierno más allá de su control de los medios de coerción.
Esta ausencia parece estar también por detrás de las numerosas argumentaciones en las que observamos una ingenua reificación de entidades. En varios momentos, cuando habla de la “ciudadanía”, de la “opinión pública” o de los “movimientos sociales”, parece faltar la reflexión crítica que una mirada sociológica permitiría arrojar sobre esos objetos. ¿Hasta qué punto “los ciudadanos” o “las masas” constituyen un objeto homogéneo? ¡Ni que decir de “los argentinos” o “los chilenos”! ¿Por qué no hablar de clases sociales, o al menos de grupos sociales, y reconstruir sociológicamente la posición que ocupan en la sociedad de la que forman parte? Y cuando se trata de determinar sus adhesiones, o bien su descontento, en relación con un modo de organización social, ¿por qué no recurrir a la información producida por la investigación social en el campo de la ciencia política y la sociología política? ¿Puede medirse la “opinión pública” en función de los artefactos construidos por los expertos en comunicación política? ¿De qué manera pensar el papel de los periodistas y otros intelectuales en el proceso de dominación social? Estos problemas se plantean a todo estudio que pretenda abordar a las sociedades como entidades macroscópicas, pero pueden al menos ponerse a la luz con una crítica teórica que advierta sobre los límites de las evidencias presentadas.
En la misma dirección, la sociología del Estado – y, más específicamente, los estudios sociológicos sobre políticas públicas que se centran en redes de actores, referenciales culturales o tecnologías de gobierno – podrían haber permitido pensar de manera menos monolítica la relación entre clases, partidos y Estado. Incluso en este punto llama la atención la ausencia de contribuciones básicas de la sociología económica al análisis del papel del Estado en la instauración del los mercados, en particular las realizadas por Frank Dobbin y Neil Fligstein. En otro lugar he señalado la importancia de un diálogo entre la sociología política y la sociología económica, y más aún entre el análisis de políticas públicas y el análisis de los hechos económicos (mercados, dinero, trabajo, etc.)[1]. En ese sentido, creo que se trata más bien de una deuda colectiva que de una falla del trabajo de Undurraga. Y quizás debamos radicalizar la idea de diálogo interdisciplinario que caracteriza a los estudios sociales de la economía.
En términos metodológicos, el trabajo de Undurraga se centra en un nivel de análisis muy general, comparando los países como si fuesen unidades homogéneas, y describiendo sus características principales a partir del uso de indicadores económicos, sociales y políticos que permiten entender la especificidad de cada uno. Algunos de estos datos son tomados de informes de organismos internacionales, institutos de opinión pública, ONG o trabajos de académicos de las ciencias sociales. Aunque el enfoque pragmático de Boltanski es recuperado para el estudio de las justificaciones del capitalismo, o el de Callon es evocado para pensar la performatividad de los saberes económicos, esta perspectiva no es considerada en absoluto cuando se trata de someter a una crítica reflexiva los índices y mediciones que elaboran actores interesados que no están en absoluto fuera del juego, o que aplican índices homogéneos para establecer rankings internacionales. ¿Cómo aceptar los exámenes PISA o los rankings de transparencia elaborados por agencias que expresan intereses sociales y políticos determinados como si fueran reflejos de la realidad?
Para algunos aspectos, como el comportamiento empresarial, la intervención estatal o la cultura económica, en el libro se recurre a testimonios recogidos a través de entrevistas con los propios actores. En este punto, debe destacarse el intenso trabajo de campo realizado por el autor, sobre todo porque muchos de los entrevistados son de difícil acceso y su palabra resulta inédita en muchos casos (sobre todo en lo que refiere a la Argentina). Ahora bien, vale aquí una reflexión acerca del uso de las entrevistas en la investigación social y la función que cumplen en la administración de la prueba. Por momentos, las entrevistas de Undurraga sirven para dar apoyo a hipótesis documentadas a través de otras fuentes, o para mostrar el anclaje práctico y subjetivo de procesos estructurales que se hacen visibles a través de otros métodos. En muchos casos, esto permite dar cuenta de los mecanismos que subyacen a transformaciones macrosociales. Sin embargo, tengo la impresión de que en muchos pasajes del libro se cometen dos errores recurrentes: primero, dar la palabra a los actores para que expliquen los procesos de los que son partícipes y tomar esa palabra como descripciones válidas y aproblemáticas de lo que ocurre; segundo, no establecer claramente si el analista comparte esas visiones, o las considera parte del escenario polifónico que analiza desde una perspectiva externa. Así, por ejemplo, muchos de los prejuicios y racionalizaciones de los empresarios sobre el “clima de negocios”, la corrupción o la actividad del Estado, son presentados sin que pueda entenderse si el decir de los empresarios describe hechos reales o traduce intereses sociales anclados en posiciones específicas.
Además de estos señalamientos teóricos y metodológicos, no puedo evitar señalar algunos problemas empíricos que resultan incómodos para el lector argentino. En numerosos pasajes, se observan dificultades de caracterización e interpretación como hablar de Montoneros como un “movimiento de protesta” (p. 74), de los piqueteros como “ex funcionarios del Estado” (p. 109), de los saqueadores de 2001 como “multitudes desesperadas” (p. 109) o de Recrear como un partido político relevante (p. 146). También hay inexactitudes fácticas, como imputar a los kirchneristas el eslogan “que la crisis la paguen los capitalistas” (p. 113) que correspondía en realidad a los militantes de extrema izquierda, afirmar que hubo una cancelación de concesiones de la televisión por cable (p. 114), sostener la importancia de Rosario como base de una oligarquía en el siglo XIX (p. 123) o que Néstor Kirchner enjuició a la Corte Suprema (p. 143). Se afirma al pasar que “Perón amenazó los derechos de propiedad” (p. 184), lo que no significa nada, o es manifiestamente falso. Se considera a Lázaro Báez y Cristóbal López como empresarios que se beneficiaron con el cierre del mercado interno y las políticas proteccionistas (p. 194) cuando en realidad fueron otros grupos los que lo hicieron y aquéllos tuvieron más fortuna en las contrataciones y concesiones públicas. Se incluye al sociólogo Manuel Mora y Araujo, presidente de un instituto de estudios de opinión pública, entre los economistas neoliberales (p. 274). Se afirma que el periódico Tiempo Argentino es un medio público (p. 281) o que el filósofo Ricardo Forster es historiador (p. 282). Se atribuye un carácter clientelista a la política popular, citando los trabajos de Auyero (p. 142) en los que el autor se refería a la coyuntura de los años 90’ y no a los últimos años. Y el Club Político Argentino, manifiestamente opositor, es caracterizado como “una variante similar” al grupo de intelectuales kirchnerista Carta Abierta (p. 271). En términos más globales, muchos de los diagnósticos sobre el ambiente de negocios, la corrupción, la justicia, la acción estatal y el imperio de la ley se funda en los testimonios socialmente determinados de los entrevistados, muchos de ellos empresarios, otros periodistas económicos (p. 131 y ss.). Lo mismo puede decirse de los análisis que se hacen del “caso INDEC” (p. 148) o de la relación del gobierno con Clarín (p. 150).
En la misma línea, muchos de los dichos sobre el peronismo se fundan en los trabajos de Marcos Novaro, quien no es un especialista en el tema y ha manifestado públicamente su rechazo valorativo a dicho movimiento político. O los trabajos de Maristella Svampa sobre piqueteros y kirchnerismo, sabiéndose que esta autora tiene una posición específica que no agota el conjunto de los análisis sobre el tema. Naturalmente, una multiplicación de las fuentes – o un uso más crítico de las mismas – permitiría un análisis más sólido de estos problemas. En general, creo que por momentos se apoya en autores generalistas, que no son necesariamente especialistas en los temas específicos para los cuales se los cita, o tienen dentro del campo académico una posición singular, que dista de tener el acuerdo de la comunidad científica. En muchos casos, esos mismos académicos tienen cercanías con determinados partidos políticos, y expresan también los puntos de vista de estos actores. Esto lleva a preguntarse acerca del uso que podemos hacer de la literatura nacional cuando realizamos investigaciones comparativas, y hasta qué punto podemos confiar en la validez de los argumentos y los datos presentados por esos investigadores. Naturalmente, una buena estrategia es realizar entrevistas con los propios académicos, técnica poco utilizada en nuestra región, más frecuente en el mundo anglosajón y que Undurraga utiliza aquí para obtener testimonios calificados de parte de académicos locales. Sin embargo, por momentos pareciera que esto no es suficiente. ¿Qué hacer entonces cuando, como investigadores sociales, queremos estudiar otros países que el nuestro o realizar estudios comparativos, sin contar con el conocimiento directo del terreno o no disponer de los medios para realizar un trabajo de campo in situ?
Aquí concluyo el comentario, con el ánimo de que mis señalamientos puedan servir para establecer una reflexión colectiva sobre el modo en que las ciencias sociales de nuestra región abordan los fenómenos económicos contemporáneos.
[1] Federico Lorenc Valcarce, “Sociología de los mercados: modelos conceptuales y objetos empíricos en el estudio de las relaciones de intercambio”, Papeles de trabajo, Revista electrónica del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de General San Martín, Año 6, n° 9, junio 2012, p. 14-36.