[Pablo Figueiro escribe sobre la lotería en Argentina en Revista Anfibia. Comienza así:…]
““Cuando cobran el plan social, laburamos un montón. Y hay gente que se la gasta toda, los 150, 200, se la gastan en quiniela. Esperan cobrarlo para jugárselo a la quiniela”, cuenta Sandra, una agenciera con más de 20 años en el rubro de los juegos de azar en la zona norte del conurbano bonaerense.
Pero la sospecha no es nueva. Estuvo en los inicios mismos de la Lotería Nacional, a fines del siglo XIX. Entonces se debatía en el Congreso si la legalización del juego de lotería podía considerarse como un módico “impuesto voluntario”, a través del cual se financiarían obras de beneficencia para las “clases indigentes” a las que, se alegaba, pertenecían los mismos jugadores. Las imágenes de disolución de la economía nacional, de los valores vinculados al trabajo y a la honestidad, y de una masa afiebrada por la posibilidad de ganancias espectaculares, eran los temores que presentaban quienes se oponían a dicha legalización. El debate mismo evidenciaba la sospecha moral que aún hoy recae sobre los juegos de apuestas y la necesidad de conjurar su carácter “impuro” y disoluto. De hecho, quienes promovían el proyecto, no defendían al juego en sí mismo, sino a la posibilidad de convertir un vicio privado en un bien público. Es justamente sobre el beneficio social que conlleva en términos de redistribución de fondos, pero también de generación de empleos, que las entidades estatales encargadas de regular el juego han construido la justificación de su propia razón de ser”.